lunes, 16 de agosto de 2010

soledad vs desolación

Sin duda la mayor de las crisis de la humanidad es la soledad. Pareciera mentira que en un planeta donde todos los días hay más gente, cada día también, más gente se siente sola.

Una cosa es estar solo y otra sentirse desolado. La primera es una realidad, muchas veces necesaria, la segunda está dominada por el miedo, esa sensación de sentirse aislado, sin amor, invisible, sin nadie que nos quiera.

C. Jung afirmaba que sentir la soledad es el detonante para abrir esa ventana, por donde penetra realmente Dios a nuestras vidas. La soledad ha dado frutos y ganancias siempre.

La desolación, es estéril, aliena y paraliza. El pánico que genera nos lleva a una espiral de más y más paralisis, más y más aislamiento. Lo hacemos inconscientemente, guiados por el pánico al dolor, la autogestión y la mitificación del amor.

La soledad por otra parte aunque no es tribal, llama a nuestra consciencia al dominio de nuestras vidas, al disftrute y asumir nuestras decisiones.

La desolación coloca el problemas en otros. La causa del problema está en los demás. Al igual el plano de responsabilidad, la capacidad de responder queda en otros. Entonces te encuentras rodeado por la tribu que te condena, te señala, e inmediatamente, con una lástima empalagosa te persigue para: hacerte compañía a juro, buscarte a alguien, integrarte a algo, sin nunca, ni siquiera preguntarte.

Necesitamos la soledad tanto, como que luego del sol llueva, o luego de la lluvia, salga el sol, pero esa necesidad se ve contrastada con la negativa opinión de nuestra tribu. Reconciliarse con la soledad, es ir perdiéndole el miedo a lo más sagrado nuestro, a lo más luminoso, a aquello que crece, a aquello que vive. Por lo tanto, respetar mis espacios solo, acusarlos en mi corazón, aprovecharlas en mi inspiración, me harán cada día más dueño de mí, y por lo tanto, más abierto a las relaciones, a las transformaciones, a los cambios, a las pérdidas, porque allí, cuando parece no haber nadie, allí, precisamente: me tengo, y teniéndome, tengo a Dios, a la vida y su milagro; y a todo lo que quiero y respeto.

Gánale terreno a tu propia soledad, y ésta, dejará de ser una amenaza, y menos, una condena para tu vida.

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